
Letras desde la arena: «El voluntariado y la piedra filosofal»
Durante siglos, los alquimistas medievales buscaron aquella sustancia capaz de transformar simples metales en oro y plata. Adicionalmente tendría el efecto de devolver la juventud, hasta el punto de alcanzar la inmortalidad. Esa búsqueda fue un sueño quimérico que habría producido una profunda disrupción de haberse conseguido.
El voluntariado tiene, para la vulnerabilidad de nuestras sociedades, el poder transformativo de la piedra filosofal. Reduce la fragilidad y la exclusión, genera cohesión y relaciones más humanas, al disponer el propio talento personal al servicio de causas comunes. Y todo dentro de una lógica de solidaridad que enriquece y fortalece las sociedades desde dentro. Su fórmula magistral es menos lejana y utópica que la sustancia medieval.
El término voluntario inicialmente estaba vinculado al ámbito de la milicia. Pero esa concepción limitante ha sido ampliamente superada en la actualidad al producirse una maduración colectiva de la comprensión del fenómeno. Una persona voluntaria actúa hoy porque conecta con las desigualdades y los problemas sociales y trabaja por darles solución. No se adscribe a una organización sino a una causa. Voluntarios y voluntarias se han convertido en agentes de cambio social, capaces de transformar la vida de personas y darles de facto el poder de ser ciudadanos plenos.
Ante las necesidades creadas por la reciente pandemia, nuestro país ha reaccionado con su generosidad incomparable. Somos un país de récord en situaciones de emergencia frente a economías mayores que la nuestra. Enorgullece nuestra capacidad de unión cuando las cosas vienen mal dadas. Este contexto es adecuado para reflexionar sobre el papel esencial que puede jugar la acción voluntaria para erradicar esas vulnerabilidades sociales que la crisis ha evidenciado un poco más (desigualdades educativas, cuidado de los mayores, personas solas y sin hogar, atención sanitaria, etc).
Ahora bien, ¿en qué nivel se sitúa nuestro compromiso ciudadano? De acuerdo con los recientes datos de Eurostat en nuestro país un 10,7% de ciudadanos participa en un voluntariado estable con organizaciones. La media europea está en el 19,3%. Algunos vecinos que se encuentran por encima de nosotros son Alemania (28%), Reino Unido (23%) y Francia (23%). En los extremos de mayor participación encontramos a Noruega (48%) y Holanda (40,3%).
La divergencia entre nuestra posición y la de nuestros socios europeos plantea interrogantes. ¿Tendrá que ver una mayor participación en el voluntariado con un mayor nivel de desarrollo de las economías nacionales? ¿O será cuestión de horarios laborales que favorecen una mayor conciliación de actividades? ¿O tendrá que ver con una mayor cultura y tradición de participación y compromiso social? ¿Son las organizaciones sociales de esos países más fuertes y capaces para generar cauces de participación? Sean las que sean las cuestiones que genera el examen de esas cifras, dejemos aquí dos consideraciones.
Un primer punto de la reflexión nos lleva a arrojar luz sobre la inviabilidad de una iniciativa de voluntariado con vocación de continuidad sin una estructura mínima que la acompañe. Nuestra mentalidad puede seguir avanzando para abandonar concepciones de otra época. Parecería como si un voluntariado continuo y sostenible fuera una suerte de grupo auto organizado que no requiere coordinación ni dirección. La existencia de estructura que le ofrezca servicio y que suponga un coste sería una especie de artificio caprichoso.
Por contra, cualquiera que haya promovido o participado en iniciativas de voluntariado, sabe que hay un momento en que la continuidad requiere de estructura y de medios. El muy loable entusiasmo de un grupo de personas puede paralizarse por falta de tiempo o por la inexistencia de una mínima coordinación. Como conclusión, por tanto, asumamos la necesidad de estructuras sólidas para lograr un compromiso continuo y eficaz en su impacto transformador.
La segunda reflexión a la que nos invitan los datos mencionados, nos lleva a la responsabilidad de organizaciones públicas y privadas de promoción del voluntariado, ofreciendo soporte a organizaciones o impulsando la participación. Mucho se ha avanzado en estos últimos tiempos, pero nos queda camino por recorrer. De acuerdo con la Encuesta 2018 de IMOP promovida por la Plataforma de Voluntariado de España, todavía un 45% de personas considera difícil hacer voluntariado y un 23% no sabe contestar. Esta percepción de dificultad o desconocimiento pueden reducirse si nos empeñamos.
En el caso de la empresa, está claro que su misión no es el voluntariado, no se trata de restarle tiempo ni recursos. Pero se puede hacer mucho para favorecer la participación de los empleados de manera consistente, sin que tenga por qué resentirse la cuenta de resultados. El voluntariado corporativo (o el individual facilitado porque la empresa permita una organización más flexible de la jornada) puede ser una herramienta fantástica. Pero conviene que se alinee de modo verdadero con la solución de los problemas. Y esto pasará por una flexibilidad laboral mayor de los empleados para que puedan dar una respuesta más ajustada a las necesidades sociales con las que desean comprometerse. Ya hemos visto que el teletrabajo ha ampliado las fronteras de la oficina y, quizás por esto mismo, podamos asumir en este momento una mayor libertad horaria que facilite el compromiso social de muchos empleados.
Dejemos aquí las reflexiones que nos inspiran los datos presentados. Imaginemos el cambio social, tanto en la reducción de injusticias como en el incremento de la cohesión y compromiso ciudadano, que puede producir una mayor participación en actividades de voluntariado. Esa es la piedra filosofal que nos convendría descubrir y que hará posible una mejor consecución de los objetivos de la Agenda 2030.